Religión

“Paco: Pos hombre, ¿sabías que la iglesia es la empresa más grande del mundo?
Luis: No, y ¿porqué?
Paco: Pos porque es la única que tiene sucursales a lo largo de todo el mundo.”

Este cartelito, que se ubicaba encima de una alcancía dorada, lo encontré en una iglesia ubicada en Chiu-chiu, un pueblito aledaño a San Pedro de Atacama en medio de la nada, y no pude resistir tomarle una fotografía ya que sabía que me serviría de algo.

De este estímulo podríamos sacar muchas reflexiones, pero me limito a tratar dos. Una de ellas subjetiva, ya que está sujeta a mis vivencias, y la otra más objetiva, que vendría a estar compuesta por las conclusiones que salen contrastando el anuncio con la sociedad/cultura.

Primero, y para que no se queden con un mal gusto al terminar de leer este pequeño artículo, lo subjetivo.
Creo que es el colmo que en la entrada de una Iglesia se esté pidiendo dinero, y más aún en un pueblito en el que quizás la gente no está lo suficientemente consiente de la realidad, y a raíz de eso el Padre de la Iglesia se aproveche y ocupe como excusa que “Dios ama al que da con alegría” para atraer a los asiduos a la iglesia a aportar económicamente para así quedar con la conciencia limpia camino a la salvación.
No puede ser que a todo le quieran sacar provecho (regla que se cumple también con el caso del primer artículo), hasta a lo mas íntimo del ser humano, sus creencias.
Hago hincapié en que es un punto de vista muy personal.

Segundo, lo objetivo (dejando de lado todas mis creencias).
Basta. Basta de lucrar con lo abstracto, ¡cómo es posible que la necesidad llegue a tanto!
Quizás a alguna gente creyente no le moleste y no se de cuenta, ya que van con otro objetivo a la Iglesia, mientras que yo, que voy de observador, me doy cuenta de cómo la fe se ha degenerado al punto del lucro.
En sus orígenes, la religión era una ayuda para sobrevivir a este mundo; una muletilla, pero ahora nos vemos en un punto en que la religión se hace una necesidad. Una necesidad que nos trae como consecuencia gastos, dándonos a entender que “Dios nos amará si damos con alegría” y ni siquiera reflexionamos sobre ello. Esto sucede a raíz de que se nos ha hecho aprender que el consejo de un Padre, o figura religiosa, es sabio, creándose una costumbre que no deja a la gente creyente darse cuenta de las aristas de su doctrina.
Por otro lado, la generosidad de la gente no es necesaria para que “sigan con su obra misional”, ya que el hombre se hace a sí mismo, y de eso se infiere que si se quiere, se puede, y el misionar, entendido como llevar a Dios a distintos hogares, no necesita de financiamiento sino de ganas.

Yo soy ateo, pero a toda la gente creyente me gustaría decirles algo, aunque no tengo la más mínima autoridad para decirlo: Busquen a Dios en ustedes mismos, basta de depender de agentes externos que pueden desfigurarles la imagen de fe y de salvación, la respuesta está en ustedes.

Mis más cordiales saludos, y muchas gracias por interesarse en este espacio de difusión del pensamiento manifestándose con los post en los artículos anteriores.

Javier Díaz Gurruchaga
Javodiaz89@gmail.com